Miles de kilómetros de cables para el transporte de energía eléctrica cruzan la geografía española cual sutil, y tupida, tela de una gigantesca araña. Enormes torres o inocentes postes, muchas veces más peligrosos que aquellas, son los encargados de mantener sobre el suelo los conductores. Así nuestras más aisladas sierras y los más recónditos parajes, han visto rota su intimidad con la presencia de los cables; pues, la economía de la línea recta, en ocasiones, les aparta de las rutas de comunicación y, por razones similares, encaraman sus torres en los puntos más altos y visibles.
La Naturalidad de las Cosas.
Hace 2 días
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