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jueves, 27 de noviembre de 2008

José Saramago, el último Titán


En 2005 había escrito Las intermitencias de la muerte. No era tampoco una abstracción. La muerte era una presencia física, tangible. “Uno es creador de sus personajes”, había escrito, “y al mismo tiempo, criatura de ellos”. El personaje de la muerte paso de lo invisible a lo visible. No era un juego. Venia para llevárselo. José Saramago lo recuerda bien. Pero él no estaba conforme. Una parte de su cuerpo si parecía resignada. Aceptaba la crisis. Llego a pararse de tal forma, que casi era imperceptible eso que llaman hilo de la vida. Al principio, en la clínica de Lanzarote, llegaron a dudar de la conveniencia del ingreso.
-Supongo que no querían que aquel fuese el lugar del fin de Saramago. Les estoy muy agradecido. La muerte no me ha llevado. Era consciente, sabía, veía, sentía, que estaba al borde de pasar al otro lado. Más tarde decía: “No me hablen de la muerte porque ya la conozco. De alguna forma ya la conozco.
Había otras partes de su cuerpo que no estaban conformes. Ni el corazón, ni la cabeza. El corazón siguió latiendo con fuerza. La mente, durante un tiempo, dos días después de salir de la UCI, estableció unas coordenadas que ahora Saramago recuerda como un entrañable retrato vanguardista. “En aquel momento, que fue de los peores, se plantaba en mi cabeza algo que era un fondo negro con cuatro puntos luminosos que formaban un cuadrilátero irregular. Y yo tenía muy claro que ese cuadrilátero era yo”.

Extraído de “José Saramago (“No me hablen de la muerte porque ya la conozco”)”. Por Manuel Rivas. EL PAIS SEMANAL. Domingo 23 de octubre de 2008. Nº 1.678.

Fotografía: Rubén Lois

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